FUNDAMENTOS E HISTORIA DE LA PSICOLOGÍA POSITIVA

Se señala que el origen de la psicología positiva ocurrió en 1998 con el discurso inaugural de Martin Seligman como presidente de la American Psychological Association (APA) (Seligman, 1999). Aunque es en el año 2000 en un artículo de Seligman y Csikszentmihalyi en el American Psychologist donde aparece por primera vez (en el título) la expresión Positive Psychology, por lo que se suele considerar este artículo como el acta de nacimiento de lo que hoy conocemos como Psicología positiva (Bisquerra, 2009). En 1997, Seligman había tenido un encuentro casual, con otro compañero de profesión, Mihaly Csikszentmihalyi mientras pasaba sus vacaciones en familia (Csikszentmihalyi, 2003); de esas conversaciones y a raíz de una experiencia vivencial con su hija Nikki de cinco años, (Seligman, 2002) Martin Seligman se percató de que la psicología había estado siempre dirigida hacia el estudio de la enfermedad en detrimento de los aspectos positivos. Durante muchos años, la psicología se había organizado sobre la base del llamado modelo médico, un modelo que centra su foco de interés en la enfermedad, en el trastorno, o la disfunción. Así, la psicología durante casi un siglo se dedicó por completo a la psicopatología estudiando parcialmente el psiquismo humano enfermo, en sus modos de curación, diagnóstico y prevención. Hoy podemos observar que el modelo médico parte de una posición de índole reduccionista, un grave error de omisión, pues se ubicaba a la psicopatología como único eje para la formación psicológica. Ya entrados en el siglo xx, las ciencias sociales y la psicología comienzan a entablar relaciones con un enfoque más salugénico. Suceden diferentes cambios sociales, económicos, culturales y políticos, que llegan a concluir que no basta con evitar o curar el malestar, sino que era necesario también evidenciar y mejorar los recursos disponibles; esta nueva perspectiva la recoge la psicología para investigar y promover los aspectos más positivos de la psique humana. Superados los enfoques reduccionistas sobre las intervenciones de la salud, no cabe sino desear mejorar la condición humana o por lo menos las condiciones de vida de las personas. Este fin ya se explicitó en los trabajos constitutivos de la OMS a finales de la II Guerra mundial. Y así aparece en muchos de los documentos oficiales, como el que se realizó en Ottawa sobre la promoción de la salud. Esta idea de la OMS fue realmente una revolución y quizás se emitió cuando difícilmente era entendible, pues se reconocía implícitamente que el modelo médico hasta ese momento hegemónico era insuficiente. Tener un buen estado de salud no solo debía consistir en carecer de enfermedad o trastornos sino también de disfrutar de una serie de recursos para poder resistirse a las adversidades (Almendonn y Glandon, 2007).



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