Como lo hemos visto en la lectura anterior, desde el origen de los tiempos filósofos, líderes
religiosos, escritores y famosos pensadores como Aristóteles se han cuestionado acerca de la
felicidad.
En la actualidad y debido a la gran cantidad de infelicidad que existe con el desarrollo del
mundo moderno, la ciencia que estudia la felicidad ha cobrado una gran importancia porque
¿a quién no le gustaría ser feliz?
Ser feliz significa encontrarse en un estado mental de bienestar compuesto de emociones
positivas, desde alegría hasta placer. El concepto de la felicidad es difuso y su significado
puede variar para distintas personas y culturas. Relacionamos la felicidad con el bienestar,
calidad de vida, satisfacción y plenitud.
Aporte de la Psicología. Como ciencia, se dedica a recoger hechos sobre la conducta y la
experiencia, y a organizarlos sistemáticamente, elaborando teorías para su comprensión.
Estas teorías ayudan a conocer y explicar el comportamiento de los seres humanos y en alguna
ocasión incluso pueden ayudar a las personas a integrar la información percibida fomentando
la tendencia a encontrar o incluso a sostener el estado de flujo asociado a la felicidad.
En la psicología contemporánea, este concepto se torna aún más elaborado si nos centramos
en la forma que tiene el Dr. Seligman (2011) de entenderlo. Para él, además de entender la
felicidad como vida placentera, significativa y de compromiso, también incorpora las ideas de
que la felicidad se sustenta, además, por las relaciones de calidad que una persona tiene, así
como por sus éxitos y logros.
Por otro lado, también sabemos la fórmula matemática o los factores que determinan nuestra
felicidad, “El bienestar Subjetivo” o SWB sus siglas en inglés:
• Nuestros genes determinan nuestra felicidad en un 50% sobre 100.
• Por otro lado, el 10% está determinada por las circunstancias que nos rodean.
• Y el 40% restante está desencadenado por las actividades que hacemos a diario
(Lyubomirsky, Sheldon y Schkade, 2005).
Por lo que dicho lo anterior, podemos llegar a la conclusión de que nuestra felicidad está
regida por estos tres elementos y de que, aunque exista un 60% de nuestra felicidad que no
podamos controlar, aún nos queda un 40% del que si somos responsables en las actividades
que forman parte de nuestra vida diaria.
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